El despertador sonó a
las ocho en punto. Apenas y estiré mi mano para apagarlo de un manotazo, dar
media vuelta, taparme de nuevo y tratar de dormir otro rato. Pensé en dormir hasta
medio día, o hasta pasado mañana, o ya de plano quedarme aquí, en ésta placenta
de cobijas que me mantenían calientito y protegido de la maldad del mundo —que mamucho el sol—. No sé si era la depresión
que venía arrastrando de meses atrás; o ésta weba desoladora, nada placentera
como el común de las demás webas; o la
tibieza de los cobertores ,made in Chiconcuac,
que o: me desmotivaba a levantarme; o que: me motivaban a seguir en mi camita —¡vaya paradoja!—. Ya sospechaba que padecía
una depre-weba-cobijada, es decir: me
andaba aplatanando por no encontrar empleo
formal.
Aunque eso sí, no dejaba
de pensar en los millones de cabrones con trabajo —“crudos o semicrudos”—, que al menos por el día de hoy desearían estar
en mi lugar: acostaditos y calientitos, mandando a la chingada al despertador, a
la esposa, al tráfico, y al jefe, con la mano en la cintura —o donde se supone que
estaba—. Y aquí estaba yo, medio angustiado —a mí otra mitad le valía madres todo
esto—, sin poder disfrutar plenamente de este asueto profesional, antes de siquiera
iniciar mi vida laboral, por culpa de la culpa que sentía de ser una cifra más, de las estadísticas negras de un sistema neoliberal fallido y rete tranza.
Tenía que levantarme. Aunque la verdad no
tenía otra opción: la tierna, dulce y cálida voz de mi ama´ inundó mi cuarto: ¡a ver si ya te paras cabrón que hay que
tirar la basura! ; Coreada por el repiqueteo infernal de la campana del
camión recolector, que a propósito o no, se daba vuelo precisamente, frente a la
ventana de mí cuarto. Tenía que apresurarme o el camión se iría y me dejaría como
pendejo, con mis bolsotas de basura en
la esquina. Llegué todavía medio dormido a la enorme hilera que se había
formado en espera de que el camión se acomodara al ras de la banqueta. Mientras
esperaba mi turno, no pude evitar ver en las calles, la afluencia de
trabajadores con ese templé de apresuramiento en su rostro, arremolinándose en
las puertas de los Micros y los Camiones.
La chinga no consistía solamente en ir
trabajar de sol a sol por un mísero salario, sino además, en “hacerlo” en trasporte público
concesionado.
La voz de mi ama´ me
sacó de mis profundas reflexiones: ¡órale
cabrón deja de papar moscas! Te habló tu
tío Eusebio, que tiene una chamba pa ti. Mi piel se erizó por un segundo, y
un hilillo frío recorrió mi espina dorsal. No sé si era de emoción… o de terror.
El tío Eusebio trabajaba en la “Pejeerre”, según en palabras de él mismo: en el área de “Inteligencia” en misiones
encubiertas. Aunque la verdad mi tío no era muy inteligente que digamos, aunque
eso sí era diestro pa´ las armas, el agandalle y los madrazos de peso completo
—algunas leyendas urbanas en la familia, cuentan que el reinventó el tehuacanazo allá por los setenta, con una
rara mezcla de piquín y habanero—. Coronel retirado, ex chico Olimpia; ex halconcito; ex compinche del Negro; ex coach de
paramilitares en Chiapas; y ex hijo de su repinche madre, porque la abuela ya tiene rato que murió.
Tragué un poco de
saliva, era un tipo bastante rudo y temperamental,
y tenía mucha maldad para su uno setenta de estatura. Nos apreciaba de alguna
manera y a su manera, aunque tenía años que no sabía de él, Prácticamente cohabitamos sólo unos meses, cuando el Negro
lo despidió allá por los enlicrados ochenta.
Lapso suficiente, en el que inevitablemente me instruyó en el arte de la transa
en los volados de disparejo de tres —dos águilas gana el sol, dos soles gana
águila —; en el control del mercado negro de las estampas de Mazinger Z; y en el cobro de piso con
mis congéneres de la escuela, con dos tres golpes mortales a la entrepierna —ora
que lo pienso… probablemente esa fue la causa de que mi ama´ le pidiera que le llegara—.
Nuevamente la dulce voz
de mi ama´ me saco de mi perplejidad, o sea de mi pendejes casi absoluta: ¿y qué esperas cabrón? que te cargue o qué, ándale,
vete a cambiar y a desayunar algo. Te espera a las once. Déjame la basura, ya
de aquí me voy a trabajar. De manera automática asenté con la cabeza,
todavía con la sorpresa y el terror en mi rostro.
Estaba por terminar mi
desayuno. Una duda me atormentaba: ¿sería
capaz de depositar mi confianza en ese poder absoluto, por una chamba? Y no
cualquier chamba, digo, sino un trabajo en el gobierno, con un buen sueldo, prestaciones,
y toda la cosa. Bueno, creo que me estaba apresurando en mis conclusiones, porque
mi sentido arácnido me indicaban que el pex iba por otros lares: la transa, el
agandalle y el dinero fácil. Terminé mi último bocado, mi sincronizada me dejó un acre sabor a cebolla, y a incertidumbre.
jaja, genial capitulo, su sentido aracnido realmente le funcionara?, lograra entrar a la pejerre jejejeje. Para cuando el siguiente capitulo?
ResponderEliminarseñor esto cada vez se pone mas interesante me tiene con el alma en un hilo ya hasta pienzo en ese pobre cabron ya me dan ganas de coperarle con mis $100 para que se pueda mover y sacarce una fotos para su curriculum, espero la siguiente entrega.
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