miércoles, 22 de febrero de 2012

Capitulo 3: Una aterradora esperanza


El despertador sonó a las ocho en punto. Apenas y estiré mi mano para apagarlo de un manotazo, dar media vuelta, taparme de nuevo y tratar de dormir otro rato. Pensé en dormir hasta medio día, o hasta pasado mañana, o ya de plano quedarme aquí, en ésta placenta de cobijas que me mantenían calientito y protegido de la maldad del mundo —que mamucho el sol—. No sé si era la depresión que venía arrastrando de meses atrás; o ésta weba desoladora, nada placentera como el común de las demás webas; o la tibieza de los cobertores ,made in Chiconcuac, que o: me desmotivaba a levantarme; o que: me motivaban a seguir en mi camita —¡vaya paradoja!—. Ya sospechaba que padecía una depre-weba-cobijada, es decir: me andaba aplatanando por no encontrar empleo formal.
Aunque eso sí, no dejaba de pensar en los millones de cabrones con trabajo —“crudos o semicrudos”—, que al menos por el día de hoy desearían estar en mi lugar: acostaditos y calientitos, mandando a la chingada al despertador, a la esposa, al tráfico, y al jefe, con la mano en la cintura —o donde se supone que estaba—. Y aquí estaba yo, medio angustiado —a mí otra mitad le valía madres todo esto—, sin poder disfrutar plenamente de este asueto profesional, antes de siquiera iniciar mi vida laboral, por culpa de la culpa que sentía de ser una cifra más, de las estadísticas negras de un sistema neoliberal fallido y rete tranza.  
 Tenía que levantarme. Aunque la verdad no tenía otra opción: la tierna, dulce y cálida voz de mi ama´ inundó mi cuarto: ¡a ver si ya te paras cabrón que hay que tirar la basura! ; Coreada por el repiqueteo infernal de la campana del camión recolector, que a propósito o no, se daba vuelo precisamente, frente a la ventana de mí cuarto. Tenía que apresurarme o el camión se iría y me dejaría como pendejo, con mis bolsotas de basura en la esquina. Llegué todavía medio dormido a la enorme hilera que se había formado en espera de que el camión se acomodara al ras de la banqueta. Mientras esperaba mi turno, no pude evitar ver en las calles, la afluencia de trabajadores con ese templé de apresuramiento en su rostro, arremolinándose en las puertas de los Micros y los Camiones. La chinga no consistía solamente en ir trabajar de sol a sol por un mísero salario, sino además, en “hacerlo” en trasporte público concesionado.
La voz de mi ama´ me sacó de mis profundas reflexiones: ¡órale cabrón deja de papar  moscas! Te habló tu tío Eusebio, que tiene una chamba pa ti. Mi piel se erizó por un segundo, y un hilillo frío recorrió mi espina dorsal. No sé si era de emoción… o de terror. El tío Eusebio trabajaba en la “Pejeerre”, según en palabras de él mismo: en el área de “Inteligencia” en misiones encubiertas. Aunque la verdad mi tío no era muy inteligente que digamos, aunque eso sí era diestro pa´ las armas, el agandalle y los madrazos de peso completo —algunas leyendas urbanas en la familia, cuentan que el reinventó el tehuacanazo allá por los setenta, con una rara mezcla de piquín y habanero—. Coronel retirado, ex chico Olimpia; ex halconcito; ex compinche del Negro; ex coach de paramilitares en Chiapas; y ex hijo de su repinche madre, porque la abuela ya tiene rato que murió.
Tragué un poco de saliva, era un tipo bastante rudo y  temperamental, y tenía mucha maldad para su uno setenta de estatura. Nos apreciaba de alguna manera y a su manera, aunque tenía años que no sabía de él, Prácticamente cohabitamos sólo unos meses, cuando el Negro lo despidió allá por los enlicrados ochenta. Lapso suficiente, en el que inevitablemente me instruyó en el arte de la transa en los volados de disparejo de tres —dos águilas gana el sol, dos soles gana águila —; en el control del mercado negro de las estampas de Mazinger Z; y en el cobro de piso con mis congéneres de la escuela, con dos tres golpes mortales a la entrepierna —ora que lo pienso… probablemente esa fue la causa de que mi ama´ le pidiera que le llegara—. 
Nuevamente la dulce voz de mi ama´ me saco de mi perplejidad, o sea de mi pendejes casi absoluta: ¿y qué esperas cabrón? que te cargue o qué, ándale, vete a cambiar y a desayunar algo. Te espera a las once. Déjame la basura, ya de aquí me voy a trabajar. De manera automática asenté con la cabeza, todavía con la sorpresa y el terror en mi rostro.
Estaba por terminar mi desayuno. Una duda me atormentaba: ¿sería capaz de depositar mi confianza en ese poder absoluto, por una chamba? Y no cualquier chamba, digo, sino un trabajo en el gobierno, con un buen sueldo, prestaciones, y toda la cosa. Bueno, creo que me estaba apresurando en mis conclusiones, porque mi sentido arácnido me indicaban que el pex iba por otros lares: la transa, el agandalle y el dinero fácil. Terminé mi último bocado, mi sincronizada me dejó un acre sabor a cebolla, y a incertidumbre.

2 comentarios:

  1. jaja, genial capitulo, su sentido aracnido realmente le funcionara?, lograra entrar a la pejerre jejejeje. Para cuando el siguiente capitulo?

    ResponderEliminar
  2. señor esto cada vez se pone mas interesante me tiene con el alma en un hilo ya hasta pienzo en ese pobre cabron ya me dan ganas de coperarle con mis $100 para que se pueda mover y sacarce una fotos para su curriculum, espero la siguiente entrega.

    ResponderEliminar